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Entrevista con Marta Matute

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Actrices y actores. Actuar es moverse, actuar es pasar a la acción —a no ser que te toque hacer de árbol en una producción de instituto estadounidense o interpretes a una persona en estado de coma, claro—. Actuar es ponerse en la piel del otro, que es el primer paso hacia la empatía. Actuar es hacer de espejo, reflejar aquello que vemos, oímos, saboreamos, olemos, sentimos. Actuar es mentir y actuar es decir la verdad al mismo tiempo. Los actores nos animan a celebrar nuestras virtudes y nos ayudan a darnos cuenta de nuestras imperfecciones. Los actores aparecen siempre en escena perfectamente peinados o perfectamente despeinados. Los actores rara vez llevan los zapatos sucios.

Los actores normalmente interpretan papeles escritos por otras personas. Y, por lo tanto, al actuar, deben intentar adivinar los sentimientos que los escritores intentaban adivinar de sus personajes, lo cual me parece una proeza. Es como soñar dentro de un sueño. O como cuando el protagonista de un chiste cuenta un chiste. Por eso, siempre me han llamado la atención las películas escritas y dirigidas por un actor. Sobre todo, si son autobiográficas. Son, normalmente, proyectos muy personales con mucha sensibilidad, que nos muestran múltiples aristas. Los ejemplos son muchos, pero la primera que me viene a la cabeza es Nil by Mouth (Los golpes de la vida, 1997, solo para cinéfilos), escrita y dirigida por Gary Oldman.

Hoy tengo delante a una valdemoreña a la que, de repente, se le ha brindado la posibilidad de dirigir un guion basado en sus propias experiencias. Marta Matute llega puntualísima a nuestra cita en una terraza del centro de Madrid. Ha vivido prácticamente toda su vida en Valdemoro, hasta que dio el salto a la capital. Disfruto su frescura y su honestidad al hablar. Todo ha ido tan despacio y, últimamente, todo ha ido tan deprisa. Todavía recuerda cuando, no hace tanto, necesitaba trabajar de camarera, de azafata o de profesora de boxeo —dos años y medio dando clases de boxeo sin contacto—, porque el trabajo de actriz no le daba para comer. Me pido una cerveza y Marta se pide una bebida que incluye agua mineral y cuyo nombre yo no había oído nunca. La propia Marta se refiere a ella con una perífrasis porque tampoco recuerda el nombre. El tape metálico de la botella de agua se le resiste y yo le ayudo a abrirlo cada vez que quiere rellenar el vaso. Si, en este momento, estuviéramos en el teatro interpretando una obra en la que yo entrevistaba a Marta, la botella de agua mineral sería una parte incuestionable del atrezo…

¿Cómo empieza todo?

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En Valdemoro, fui al Colegio San José de primaria. Y todo empieza en el San José. En sexto de primaria, Carmen Vicente, la profesora de ese curso, siempre organizaba una representación con todos los alumnos. Y ahí descubrí el teatro. Gracias a ella, pisé por primera vez el teatro de Valdemoro. Lo disfruté muchísimo. De hecho, tengo el vídeo todavía. Lo vi hace poco, porque no encontraba la cinta, y pude ver que ya apuntaba maneras (sonríe). Cuando dejé el San José, no tuve ninguna relación con Carmen Vicente. Nos veíamos por la calle, en Valdemoro, nos saludábamos… nada más. Sin embargo, lo que son las cosas. El año pasado, después de tantos años, en la escuela de teatro donde doy clases, me puse a contar a una compañera que justo ese día me había enterado de que Carmen había fallecido y conforme se lo contaba, me eché a llorar… Todavía me emociona.

Los maestros que más nos marcan son los que se salen de la programación tradicional.

Tras esa experiencia, me olvidé un poco del teatro. Yo seguí con mis estudios, fui al instituto Villa de Valdemoro y, con 18 años, empecé en una compañía de teatro en Valdemoro, que ya no existe y que se llamaba Grouplin. Estaba dirigida por Julián Contreras. Allí nos juntamos un buen grupo de amigos y representamos un buen número de obras de teatro en el Juan Prado. También nos fuimos de gira… Fueron unos años maravillosos. Y tengo mucho cariño a todos los miembros de la compañía.

Estamos hablando de tus primeros años en la universidad.

Sí. Estudié Comunicación Audiovisual en la Complutense y, a la vez, comencé a trabajar de técnico de vídeo en rodajes de televisión porque también me interesaba el trabajo de cámara. Y, mientras hacía todas esas cosas, me di cuenta de que quería estudiar interpretación. Alberto, mi mejor amigo, que estaba también en Grouplin, se metió a estudiar en el Laboratorio de Teatro William Layton. Él me contaba acerca de la técnica que trabajaban, de cómo eran las clases… y a mí me fascinaba. Terminé la carrera y en 2011 comencé a estudiar interpretación. Ahí empecé profesionalmente con mi carrera como actriz.

Supongo que los comienzos no son fáciles.

Al inicio, sobre todo, lo que me movía eran las ganas de actuar, de subirme a un escenario. Me junté con compañeras y compañeros que estaban empezando como yo y levantamos proyectos con un presupuesto mínimo con el que comprábamos vestuario y poco más. Sin embargo, a pesar del esfuerzo y la implicación, muchas de estas obras morían, ya que no teníamos una distribuidora o productora que respaldase la compañía y nos consiguiera más bolos. El único productor que conseguimos nos estafó. Hicimos varios bolos y jamás vimos el dinero. Una vergüenza.

Cuando terminas de estudiar en Layton, comienzas también a trabajar como ayudante de dirección en el teatro.

Sí. Siempre he pensado que terminaría dirigiendo y vi las ayudantías como una forma de aproximarme a la dirección. Las estrategias del caos de Joaquín Navamuel y Una y otro  de David Huertas fueron mis primeros trabajos como ayudante, acompañando a gente muy cercana a mí. Más tarde trabajé en Perra vida de José Padilla (obra ganadora en Almagro Off), Freak de Ana Jordan en Teatro Kamikaze y, justo antes de la pandemia, Taxi Girl de María Velasco en el Centro Dramático Nacional. Creo que ser ayudante de dirección ha sumado a mi trabajo como actriz. Observar el trabajo de los otros actores desde fuera y ser consciente de todo el engranaje que rodea a una función te ayudan a tener una mirada más amplia.

Háblanos de las obras en las que has trabajado como actriz.

Al salir de la escuela de interpretación, nos juntamos seis actrices y actores para empezar un proceso creativo que llamamos finalmente Yogur Piano y que dirigió Gon Ramos. No partimos de un texto escrito, sino que, a partir de consignas, se iban desarrollando los textos y la estructura. Fue mi primer proceso experimental. Recuerdo los nervios de antes de estrenar en la sala Labruc de Madrid, el no saber si iba a gustar o no, el no saber si yo misma entendía la pieza del todo… Pero, para nuestra sorpresa, fue un éxito rotundo y terminamos programados en el Centro Dramático Nacional. Después de Yogur Piano llegarían otros procesos de creación colectiva con la compañía Los Números Imaginarios, dirigida por Carlos Tuñón: Hijos de Grecia y Lear (Desaparecer) fueron representadas en el Corral de Comedias de Alcalá, Teatro de la Abadía y Teatros del Canal. Mi última función como actriz ha sido Héroes en diciembre de Eva Mir, en el Centro Dramático Nacional, que fue Premio Calderón de la Barca 2019.

Con la pandemia, viste la oportunidad de explorar otros campos.

En mi trabajo, siempre estoy disfrutando y, a la vez, preocupándome de la precariedad de mi situación laboral. Durante la pandemia, creí interesante abrir otras vías, como la escritura de guion, que siempre me ha interesado. Vi la convocatoria de las Residencias de la Academia de Cine y decidí enviar un proyecto de largometraje de ficción. Participamos 930 personas, y finalmente fuimos seleccionados veinte candidatos. Las Residencias de la Academia de Cine consisten en una beca a desarrollo de guion subvencionada por la Academia y el Ayuntamiento de Madrid. Te asignan un mentor que te ayuda a desarrollar y revisar el guion. Mi mentora fue Belén Funes, directora de La hija de un ladrón. Belén ganó el Goya a la mejor dirección novel en 2019. Las Residencias me han permitido también tener masterclasses con otros profesionales de la industria cinematográfica y entrar en contacto con productoras. Algunas de estas productoras se interesaron y ahora mismo estoy en conversaciones. Ojalá que la película salga adelante.

¿Habías escrito algún guion anteriormente?

Escribí una obra de teatro que se titulaba El gato. Estábamos cerrando con un teatro posibles fechas de programación cuando justo estalló la pandemia. Ahora el proyecto está parado, pero espero poder ponerlo en marcha dentro de poco.

¿Puedes hablarnos de qué va el guion que has escrito durante la Residencia?

Se titula Yo no moriré de amor. Surge de mi propia experiencia vital. Se puede decir que es autobiográfica. Mi madre tuvo demencia frontotemporal cuando yo tenía 19 años. La enfermedad duró nueve años. A mí me pilló en esa transición entre la adolescencia y la edad adulta. La película contaría lo que le pasa a una chica de veinte años durante la enfermedad de su madre. No está centrada en la enfermedad, sino en la vida de la chica. Habla de cómo influye esa situación en todos los ámbitos vitales. Cuando mi madre enfermó, tanto mi padre como mis hermanas, y yo estuvimos muy presentes en los cuidados. Y eso condiciona tu vida brutalmente. Siempre he querido hacer algo sobre esto, vi la convocatoria de la Academia de Cine y dije: «Vamos a probar esto». Una de las cosas que experimenté cuando le ocurrió esto a mi madre, siendo yo tan joven, fue soledad. No conocía a nadie más de mi edad pasando por lo mismo. Uno de mis objetivos a la hora de escribir este guion fue que, cuando las personas que están pasando por algo similar vean la película, se puedan ver reflejadas y, de alguna forma, acompañadas.

¿Te gustaría dirigir la película?

He dudado durante todo el proceso de escritura si quería dirigirla. Me entraba mucho vértigo porque no tengo experiencia en la dirección cinematográfica. Pero a día de hoy estoy segura de que la quiero dirigir yo. En una tutoría, Belén Funes me dijo: «Tú eres el mejor soldado para esta guerra», y la he terminado creyendo.

Tu relación con el Laboratorio de Teatro Layton no terminó cuando acabaste allí tus estudios.

No. Llevo dos años y medio trabajando allí, como profesora de técnica de improvisación. En esta asignatura entrenas el sentido común en escena. El estar aquí y ahora. A escuchar. Para que la escena siempre esté siempre viva y tenga sentido.

¿Qué aprendes mientras enseñas interpretación?

Las situaciones deben ser coherentes, con lo que aprendes a usar el sentido común al máximo. También, como les digo a mis estudiantes, es un primer paso para escribir guiones, porque todo se cuestiona. Cuando me dan situaciones que no tienen sentido, debes ponerte a trabajar en ellas para darles una coherencia.

¿Cuáles son tus planes más inmediatos?

Tengo gira con Las canciones, dirigida por Pablo Messiez. Estreno el 9 de octubre en Lanzarote, y estaremos también en Pamplona, Vitoria, Badalona y Granollers. Seguiré trabajando en el guion de la película y poniendo toda la energía para que finalmente se haga.

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Marta cree que el teatro debería ser obligatorio en las escuelas. Que es una manera estupenda de relacionarte con tus emociones y con las emociones de los demás. Aprender a actuar en la escuela nos ayudaría a crear nuevos vínculos con nuestros compañeros, a canalizar y expresar nuestras emociones. Piensa que ese aprendizaje es cultura. Marta recuerda sus comienzos con Grouplin, la compañía de teatro de Valdemoro a la que se agarró como vía de escape durante la enfermedad de su madre.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres

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